Último día del año. Bullicio vespertino en la plaza. Ilusión infantil a raudales, que no es capaz de enfriar la temperatura glacial. Ahí van mis tres sobris, dispuestos a dar el callo. Y vaya si lo dan, gracias a los ánimos y al acompañamiento de sus dos tíos pequeños durante el recorrido. Él se deja la piel sobre el alquitrán y se lleva un merecido premio. Ellas, cabezonas de primera, son las “campeonas” oficiosas en su categoría de entre todas las niñas aficionadas, sin club. Es decir, de las que nunca corren… salvo hoy.
Yo tampoco corro desde hace siglos. Sólo cuando llego tarde. O, lo que es lo mismo, siempre. Pero esto es serio: son seis kilómetros, en dos vueltas. Un primer tramo bastante duro, ascendente; un final de circuito más amable. La que no es seria es mi hermana. Me saca nueve años, y no hace otro deporte que andar. Pero ahí la tienes, con su dorsal. Está como una cabra, pero es feliz. Nada la diferencia en la línea de salida de sus sobrinos, de los que será Reina Maga en unos días. Sólo la edad. Y los kilómetros que le esperan…
¿Y yo que pinto aquí? Yo no iba a correr. Lo juro. Ni siquiera me he apuntado. ¡No tengo ni dorsal! El sujeto más retraído de la comarca, metamorfoseado en espontáneo. Será que me parto de risa al ver a mi hermana. Será que también ella necesita ánimos para, si los burros ladran, poder completar al menos una vuelta. Será que los “enanos” de la familia me han contagiado su espíritu. Será que yo también estoy loco y no lo sabía.
Empieza el reto. Arranca la entente fraternal, codo a codo. Llega la primera pendiente. Mi hermana se rezaga. Yo aflojo el ritmo, un par de metros por delante. Todo el mundo nos adelanta, con escasas excepciones. La selección natural, que diría Darwin. Antes de acabar la prolongada cuesta, miro hacia atrás. ¡Se ha parado! No me lo puedo creer... Decepción y descojono a partes iguales. Confirmado: los milagros no existen. Nuestras miradas firman un acuerdo en décimas de segundo. Ella seguirá hasta donde pueda. Pero yo no puedo pararme. Ahora no. Al menos, debo dar una vuelta. Y probarme. El conductor del coche escoba me tomará el relevo. Hará mi trabajo de escolta. Y mucho mejor que yo. Más profesional. Aún quedan caballeros en este pueblo…
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Busco una nueva referencia. El gordito valiente y su novia llevan un ritmo asequible e interesante. Llevaban… “¿Vamos un poco más lento?”, sugiere ella. “Id. Allá vosotros”, pienso yo. Nuevo cambio de planes. Otra vez a improvisar... Miro al frente, buscando inspiración. Y la encuentro: sudadera rosa, mallas largas negras y una cadencia ideal. Mi musa del asfalto… con gorro de Papá Noel.
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(CONTINUARÁ...)
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4 comentarios:
Somos muchos los que no corremos desde hace tiempo... Feliz 2010 desde Petardylandia :D
Y pensar que a mi no me gusta nada correr... :p
Seguro que la terminaste!
Petardy: Pues ya sabes. El año que viene anímate… :P
Sara: Jajajaja :P A mí no me disgusta. Pero vamos, me gusta mucho más otro tipo de ejercicio. ;)
Amanda: Pues todavía quedan dos entregas, así que habrá que mantener el suspense... Siento no poder desvelar más detalles de la trama. :)
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